sábado, 15 de marzo de 2008

ALELUYA

Aleluya
Escuché que había un secreto acordeQue David tocaba y agradaba al SeñorPero a ti no te interesa la música ¿o si?Bien, va así la cuarta, la quintaEl menor baja y el mayor se elevaEl rey desconcertado compone aleluyaAleluya, aleluya, aleluya, aleluya...Bien, tu fe era cierta pero necesitabas demostrarloLa viste bañarse en el techoSu belleza y la luz de la luna te derrocaronElla te ató a su silla de la cocinaElla rompió tu trono y cortó tu peloY de tus labios ella dibujó el aleluyaAleluya, aleluya, aleluya, aleluya...Cariño, estuve aquí antesHe visto esta habitación, he caminado en este pisoSolía vivir en soledad antes de conocerteHe visto tu bandera en el arco de mármolPero el amor no es una marcha de victoriaEs un frío y roto aleluyaAleluya, aleluya, aleluya, aleluya...Bien, había un tiempo en el que me permitías saberLo que realmente pasaba abajoPero ahora nunca me lo muestrasPero recuerda cuando me mudé a tiY la paloma santa tambiénY cada respiro que hicimos fue aleluyaBien, tal vez haya un Dios arribaPero todo lo que he aprendido del amorFue como dispararle a alguien que te "outdrew"No es un llanto lo que escuchas en la nocheNo es alguien que ha visto la luzEs un frío y roto aleluyaAleluya, aleluya, aleluya, aleluya...

viernes, 14 de marzo de 2008

un gueto dentro de otro gueto

Madrid: San Cristóbal de los Ángeles: Enviado por admin1 o Dom, 13/11/2005 - 09:01.
Madrid: San Cristóbal de los Ángeles: un gueto dentro de otro gueto El barrio madrileño dobla el índice de inmigrantes de los suburbios parisinos, padece graves problemas de convivencia y mantiene la mayor tasa de paro de la capital 4
Ciutat Vella, un semillero de pandillas de jóvenes marginados
«El día que arda un coche en este barrio ya no va a haber quien lo pare». Diego Tejada nació en Ecuador. Tiene 19 años, un bigote lacio, una gorra roja, un pantalón enorme y nada que hacer un jueves por la mañana. Sentado en un banco de San Cristóbal de los Ángeles, en el distrito madrileño de Villaverde, explica que sólo hace falta que alguien encienda una mecha para que aquí comience una orgía de fuego como la que ha visto por televisión en los suburbios de París. No es esa la opinión de la mayoría de los expertos consultados por La Voz de Galicia. Sin embargo, un paseo por San Cristóbal y un repaso a las estadísticas invitan a pensar que tal vez Diego tenga razón. Villaverde tiene un 19,7% de inmigrantes, pero San Cristóbal es otra cosa. Es el gueto dentro de gueto. Aquí hay un 40% de extranjeros. La tasa más alta de todo Madrid. Pocos trabajan. El paro es del 21,7%. Cuadriplica la media de Madrid (5%), pero entre los inmigrantes esa cifra se dispara. En Seine-Saint-Denís, uno de los departamentos del extrarradio parisino que arde cada noche, la tasa de inmigración es del 19,4%, la mitad que en San Cristóbal. Las cifras convierten la zona en candidata para trasladar a España la violencia francesa. Pero el barrio se mantiene en aparente calma. «Aquí el peligro no es una revolución, sino que nos matemos entre nosotros, españoles contra inmigrantes», asegura José Luis Abela, 73 años, mientras coge un repollo en un puesto del mercado callejero de la calle Burjasot. Son las 12 de la mañana y el lugar tiene el aspecto de un zoco. Junto a las hortalizas se venden calcetines, mantas, ollas y quincalla de todo tipo. Los vendedores son españoles. Los clientes: mujeres con chilaba, personas de color, sudamericanos, marroquíes, rumanos y también españoles. «El problema aquí es la delincuencia y los extranjeros son los principales culpables» explica José Luis bajando el tono. «No queremos quemar coches, queremos que nuestros nietos jueguen en el parque sin que les atraquen las bandas», dice antes de entrar en su casa con el repollo en una bolsa de plástico. Nula inversión social Junto a su portal, como en todos los pisos de San Cristóbal, las ventanas tienen verjas de hierro para impedir los robos. En una de ellas, en plena calle, una vecina tiende con toda naturalidad su colada. «La inversión social del Ayuntamiento y la Comunidad es prácticamente nula», asegura María del Prado de la Mata, portavoz de la asociación de vecinos La Unidad de San Cristóbal. «Sí, estamos preocupados», admite cuando se le plantea la posibilidad de que la furia de Francia se extienda a este barrio. «Si no pasa ahora puede pasar en el futuro -dice- porque aquí hay un nivel enorme de jóvenes desocupados». «Hay pisos de 50 metros cuadrados en los que viven hasta 30 inmigrantes y eso genera graves problemas de convivencia», explica María del Prado que, frente a lo que asegura el Ayuntamiento, no ha percibido que la escasa presencia policial haya aumentado estos días. Hoy, Villaverde está tranquilo. Pero hace apenas unos meses, en mayo, estuvo a punto de estallar. El 30 de abril un pistolero disparó por la espalda a Bibiana Botero, colombiana de 22 años. Dos días después, un dominicano de 19 años apuñaló y mató a Manuel González, de 17. La ira de los vecinos, alentada por grupos de fascistas venidos de fuera, provocó una auténtica cacería del inmigrante. Muchos fueron apaleados. «Aquello fue una locura, un explosión de violencia en la que muchos descargaron la rabia acumulada durante años», explica Julio, camarero de 27 años en un bar desierto. «La tomaron con los inmigrantes y no me extraña, porque los atracos son continuos, -dice- pero no veo yo a esta gente quemando coches y colegios». Aquella furia reactivó los movimientos vecinales. «No somos el Bronx», fue el lema de una manifestación convocada poco después. Margarita Salas, ama de casa de 48 años y madre de tres hijos, estuvo allí. «Lo que pedimos es que acaben con los drogadictos, las bandas de delincuentes y los atracadores que nos acosan», explica a pocos metros del banco en el que murió Manuel. «A mí jamás se me ocurriría quemar nada de este barrio y si veo a mi hijo haciendo eso lo mato», afirma con indignación. Problemas de integración Dos manzanas más abajo está el instituto Juan de la Cierva. Cientos de niños, muchos inmigrantes, corretean en el patio. Pero no todos van al colegio. En un callejón, un barrendero recoge hojas secas. Tres niños de unos ocho años le siguen como al flautista de Hamelín. Están sucios y mal vestidos. Recogen hojas con las manos. Hablan en rumano. Les preguntamos por qué no están en el colegio. No contestan. «No te molestes, no hablan una palabra de español», explica el barrendero. «No sé si aquí pasará como en Francia, pero toda esta gente ha venido de repente, así es imposible que se integren», dice. Los datos dan la razón al barrendero-filósofo. En el año 2000 había poco más de 100.000 inmigrantes censados en Madrid. Cinco años después, en enero del 2005, había ya más de 480.000. Dos de ellos, Edgar, peruano, y Jaouad, marroquí, están sentados en un banco. de Villaverde. Son las 13.30 y están fumando un porro. No disimulan cuando nos acercamos. «Dicen que somos violentos, pero hace poco nos pegaron a todos y destrozaron los locutorios de los extranjeros. Nos nos quieren aquí», afirma Edgar. Jaouad asegura que lleva meses buscando un trabajo pero nadie le acepta.«Yo no voy a quemar nada por eso, pero si vuelven a pegarnos entonces pueden arder todos los coches de Madrid», amenaza. Esa es precisamente la impresión que ofrece Villaverde, y sobre todo San Cristóbal. Un territorio tranquilo pero lleno de minas que corren el peligro de estallar.
La Voz de Galicia, 13/11/05
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